Para muchos tal vez no resulte la táctica o estrategia aconsejable para intentar bajar del pedestal de posible ganador a un personaje que irrumpió en la política, hablando disruptivamente y blandiendo una sierra.
En un país que muestra quebrantos por doquier, se procura consolidar una figura que trasunte esperanzas de obtener respuestas y recuperar lo que se pierde con una velocidad inusitada.
Por otra parte, resultaba una operación extremadamente delicada poder determinar si lo conveniente era “atacar” o lo prudente ser moderado señalando que las propuestas emergentes de una figura nueva en los escenarios políticos nacionales que venía planteando disruptivos cambios, marcaba el límite aceptable.
Ese posicionamiento -de ruptura de lo tradicional- logró ingresar en el andarivel de los más jóvenes, respondiendo a ese espíritu rebelde que anida en todos, cuando transitamos la adolescencia y la juventud adulta.
Esta actitud que nos acompaña durante un tiempo hasta que comprendemos que la vida tiene otras aristas que nos obligan a tener otra mirada, pudo ganar espacios y así lograr, de la nada, sin estructura de ninguna naturaleza, ser realmente competitivo ante las estructuras de la política clásica.
Irascible, extemporáneo, romper para cambiar, eliminar lo que denominó la “casta” fueron una oferta que muchos compraron. Posteriormente vino el “desmadre”, la victoria obtenida lo confundió y sus propuestas irrumpieron en educación, salud, la ciencia, la existencia de la moneda que identifica a la Nación y cambiarla por el dólar estadounidense; reforma laboral y previsional, en síntesis era conformar un nuevo Estado, diferente y que marcaba la necesidad de reformularlo constitucionalmente.
Es en este momento cuando la contracara de su fórmula comienza a intentar metodologías que permitieran disminuir su crecimiento. Tarea nada fácil y proclive a equivocaciones que pudieran resultar un bumerang para las pretensiones que perseguían.
El acuerdo partidario generado, en conveniencias mutuas, entre la LLA y parte de JxC, liderado por Mauricio Macri a quien se sometió dócilmente Patricia Bullrich, mostró un camino que podría resultar el apropiado para contrarrestar el posible aumento del libertario, para jugar en la última chance electoral que se disputa el 19 de noviembre, a través del balotaje.
La implosión generada en Juntos por el Cambio, enfrentó a los socios del frente y aún, hoy, a escasamente una semana del balotaje, se siguen manejando opciones que no están definidas: si irán para Milei o Massa.
Es allí donde Javier Milei muestra su debilidad. Superpone su ansias de poder, por sobre las convicciones que le habían hecho ganar una posición de privilegio. Grueso error, si los hay, dado que no solo generó disidencias internamente sino que desplazó a quienes habían sido opositores a sus proyectos, con definiciones poco amigables.
Es en estas circunstancias que aparecen las ideas de cómo sería la práctica más conveniente para vulnerar al oponente. El ataque hacia sus modos, evidentemente no brindaba seguridades, por el contrario, podría llegar a constituir una forma de aumentar adeptos, dado que siempre recoge más respaldo, el atacado que el atacante.
La vulnerabilidad estaba en sus propuestas y las que consignaban sus voceros. Es allí donde se producen las diferencias con una parte de la sociedad que, si bien busca solucionar sus problemas y generar un cambio, el pretender hacerlo rompiendo todo y atacando aspectos muy sensibles, que han sido sucesos positivos ganados a través de luchas públicas, en busca de generar inclusión, igual de derechos, comprensión de géneros, que pretendía una nueva sociedad integrada, ofrecía argumentos para planificar el contraataque.
De esta manera se inicia una forma nueva de plantear posiciones políticas. Mientras el fundador de LLA busca moderación y gestos contemplativos, que son poco convincentes; por el otro sector se han dedicado a mostrar las diferencias sustanciales en las propuestas de gobierno y sus resultados a favor y en contra de la ciudadanía.
Si fue aceptada la estrategia, habrá que esperar al dar vueltas las urnas, no antes. Ya quedó palmariamente demostrado que la sociedad no revela su voto y aquellos que aún no lo han resuelto, son los dudosos que marcarán la diferencia.
Los cambios de actitudes -caso concreto el de Javier Milei- son difícil de evaluar cómo afectarán a sus seguidores. Se plantean -y eso lo hemos escuchado en quienes aseguran haber votado a Milei- que ahora no saben cuál es el verdadero. Tal vez el debate de hoy puede dejar algo en claro, aunque, permítasenos, que dudemos.
Las variables son necesarias, pero requieren un tiempo para ser asimiladas y hoy la cercanía del balotaje impide hacer ese juego mental y ajustarse a tener que aceptar lo que hasta ahora se venía rechazando.
Con la verdad no se juega.
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