Lo rodeaba a Juan Marchini el principio de aureola popular ganada por su dedicación y su vocación mecánica. En su momento, el diario LA REFORMA lanzó el interrogante: ¿puede General Pico estar presente en el automovilismo nacional? En una vibrante asamblea, el pueblo respondió, largando al “Hormiga” a las carreteras del país. Fue así como el nombre de la ciudad, y el de La Pampa, vibró a lo largo y a lo ancho del territorio. Puede afirmarse sin eufemismos y sin errores que la labor de Marchini fue el nervio que unió espiritualmente a todos los habitantes de esta Provincia. Más que cualquier político, más que cualquier artista. Porque decir Marchini fue siempre decir La Pampa. Aparte de la emoción que ello significó para quienes habitaban entonces esta tierra, sirvió para que quienes no nos conocían, nos conocieran más, y terminara por diluirse del todo aquella leyenda de que el indio moraba todavía en la llanura.
Los fierros representaron exactamente su vida. Junto con Hernando Gallo, fiel, comprensivo y un tipazo como él, escribió una página gloriosa de ese automovilismo lírico. La victoria en la tercera edición de la Vuelta de La Pampa, organizada brillantemente por Pico F.Club en mayo de 1951,fue la primera y única conseguida por un piloto pampeano en el historial de la categoría más popular del automovilismo argentino. Fue un momento inolvidable. Unico. El pueblo esperándolo para tributarle una recepción resonante, donde hacía explosión el cariño y el reconocimiento unánime. Esa edición fue la última Vuelta de La Pampa realizada en dos etapas, la norma que se imponía en aquellos primeros tiempos del TC, cuando el profesionalismo aún no había ganado a los pilotos.
Las rutas de tierra ofrecieron mil y una dificultades pero los volantes, pese a los problemas económicos, que por otra parte siempre los hubo, llegaron aquí para estar presentes en esa tercera versión. Entre los ausentes se destacaron los hermanos Gálvez, pero nombres como Ciani, Descotte, Emiliozzi, Gulle, Víctor García, Musso y Petinari, entre otros, asomaban en la lista para ofrecer el mejor espectáculo. Para hacerles frente estaba Marchini. El piquense se había ganado un lugar en el contexto nacional a fuerza de buenas actuaciones, con la cumplida en el inolvidable Gran Premio de la América del Sur en 1948, que le habían dado dimensión de hombre difícil de superar. La pequeña lista de pampeanos se completó con el guapo santarroseño Ignacio Alvarez Beramendi y con Ernesto Baronio, radicado en ese momento en otros lares.
Los números del primer parcial marcaron una paridad de fuerzas estimable. Cuatro nombres en apenas cinco segundos de diferencia. Daniel Musso fue quien en Bernardo Larroudé, a 79 kilómetros, hizo punta en la general y, por haber partido en primer término, también mantenía ese puesto en el camino. Pero Musso pronto experimentaría inconvenientes que lo irían retrasando, los que se agravarían más tarde hasta obligarlo a desertar. Las roturas de neumáticos a su vez se traducía en variantes en la clasificación. Harriague fue el primero en abandonar, Pablo Gulle experimentó fallas en el encendido. Tampoco escapó a los problemas Descotte, los que se agravarían en la segunda etapa, deteniéndolo.
Así las cosas, la lucha fue definiendo a dos protagonistas principales, sin que dejara de terciar entre otros Emiliozzi, quien con su magnífico repunte en la segunda jornada llegó a estar, a la altura de Santa Rosa, en el primer lugar de la etapa, aunque sin transformarse en una amenaza para los primeros de la general. Desde el vamos se vio que Marchini, con el coche número 16, quería llegar lejos. Avanzó decidido en el camino y resultó el rival más serio para quien vencería en la etapa inicial, el venadense Marcos Ciani. “Hormiga” incluso estuvo fugazmente en la punta por tiempo y superó a otros pilotos para terminar tercero. Imaginemos por un momento las densas polvaredas que se levantaban al avanzar las máquinas en esos arenales que eran los senderos pampeanos.
En esa atmósfera, pasar a un rival era una hazaña, y Marchini lo hizo. Arribó tercero a Santa Rosa pero por tiempo concluyó escolta. A poco de iniciada la segunda etapa retrocedió Ciani y luego se detuvo un tiempo importante hasta colocarse en la etapa a más de 11 minutos de Emiliozzi, en cercanías de la capital provincial. Con su temperamento característico retomó el primer puesto en General Acha que tenía perdido en la suma total de tiempos hasta allí. La diferencia con relación a Marchini era apenas de 1’33. De Santa Rosa a Catriló, el piquense impuso condiciones y en esos 82,700 kilómetros estableció una media de asombro para la época: 147,448 km/h. En Vértiz quedaron sólo 58 segundos a favor de Ciani.
En la ruta y en la general, Marchini pasó a ganar en Realicó. Vinieron bajando hacia Castex y Santa Rosa, con el piquense siempre primero, pero los Emiliozzi consiguieron despojarlo de ese lugar de privilegio en la etapa, acentuándose el retraso de Juan en Acha, donde también perdió el liderazgo de la general. Las gomas obligaron su retraso pero la reacción no tardó en llegar. Retomó la punta en Abramo, superando a los hermanos y al propio Ciani, quien en ese momento tenía poco más de un minuto de ventaja sobre el pampeano. En Atreucó se alargó a 2’02.
La desesperación del venadense por ver que Marchini podía quedarse con la carrera, lo hizo apurar más de lo aconsejable, y terminó sufriendo un vuelco. El accidente no tuvo otras consecuencias que su máquina deteriorada, además de quedar fuera de la prueba. La lluvia había faltado ese año, agua oportuna para aplastar la tierra. De ahí también los vuelcos, algunos de ellos fatales, como le aconteció al acompañante de Félix Palacios, Disisipo Groppo, y al volante de Trelew, Jaime Lleonart.
A partir de la deserción de Ciani, la historia se le hizo más fácil a Marchini, y a las 15:05 del domingo 6 de mayo se produjo el arribo a General Pico del puntero en el camino, líder en la etapa y primero en la general. Muchísima gente aguardaba esa tarde frente al viejo embarcadero. El gobernador del Territorio, el doctor Neveu, había sido invitado para dirigir algunas palabras, y fue él mismo quien se encargó de pedir cordura frente al incontenible entusiasmo que demostraba el público. No hay formas para explicar con palabras lo que se vivió en ese momento. Los pañuelos en alto, los brazos extendidos saludándolo, acompañaron su andar en los metros finales. Las campanas de la iglesia redoblaron. Un hijo de La Pampa ganaba, luchando a lo guapo ante lo más granado de la tradicional categoría.
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