Todavía suena en nuestros oídos la rabiosa amenaza del presidente Javier Milei, expresando: “Los voy a secar a todos”, refiriéndose a las economías regionales y a los mecanismos eliminados de transferencias discrecionales a las provincias, que utilizaría para doblegarlos a su antojo.
Si bien para algunos fue uno de los tantos gestos de iracundia que caracterizan a la figura presidencial, hubo algunos que, conociéndolo más en lo personal, sostuvieron que había que tener cuidado porque ese carácter autoritario era propio de una persona que no aceptaba negativas a sus pretensiones, en cualquier orden y terreno en que se plantearan. Algunos de los que rodean al presidente libertario intentaban bajarle los decibeles a los furibundos ataques, expresando: “El es así. Esa es su forma de actuar”.
Con estas excusas que valen para un chico caprichoso, se debería -en el caso presidencial- tener contención emocional, y lo que se pretende es justificar insultos, denostaciones, agravios, que repartía a diestra y siniestra quien hoy gobierna la Argentina.
Tanto en el ámbito de la política interna, como externa. Con confrontaciones de índole diplomática que han puesto en riesgo la estabilidad comercial internacional, al chocar “rabiosamente” contra presidentes de países con los cuales no concuerda en lo ideológico.
Muchas de estas situaciones han pretendido ser morigeradas por la canciller Diana Mondino, una funcionaria de carácter que “nada en aguas turbulentas”; muchos aspectos que permitieron recuperar el diálogo se frustraron al reiterar las situaciones el presidente, que aseguraba: “lo dicho era lo que pensaba y no tenía vinculación con los acuerdos de la diplomacia”.
Javier Milei no asume que el trabajo de presidente no tiene horario y se cumple las 24 horas del día. Actuar como cualquier ciudadano es un error que nos está costando malestares con Brasil, Chile, Paraguay, China, países del Mercosur, entre otros roces mucho más gravitantes que hacen a la política política mundial, como son los conflictos: Palestino-Israelí y Rusia-Ucrania.
Es evidente que la confrontación es una estrategia del presidente Javier Milei, que obedece a mantener en forma permanente la atención sobre su persona.
El ego como exceso de autoestima, se usa para hacer referencia a todo individuo que no sólo tiene un amor excesivo por su propia persona, sino que además esto le hace estar en todo momento pendiente de su propio interés sin tener en cuenta el de otros.
Como bien recoge la palabra, esa parte de la persona que cree tener la razón absoluta y la única verdad mostrándose poco tolerante con cualquier otra realidad que no sea la suya. Insaciable o acaparador. Mantiene el foco en lo externo con la necesidad constante de llamar la atención.
Esta es una de las características que hacen de Javier Milei un personaje especial, que se siente cómodo y disfruta de la confrontación y sin la cual -se percibe- no puede desarrollar su vida.
Se lo ve buscando siempre enemigos con quienes disentir y confrontar. No le interesan demasiado las formas que deberían guardarse, dado que el insulto y el agravio son sus herramientas más contundentes y las que ha usado hasta ahora.
Como lo expresa el psicoanálisis: “El complejo de superioridad es un fenómeno psicológico que se manifiesta en individuos que se perciben a sí mismos como superiores a los demás. Esta percepción no solo se limita a sentirse más capaces o talentosos, sino que también implica una actitud de desdén o condescendencia hacia los demás”.
Hoy los argentinos estamos en ese escenario complejo donde se mezclan los aspectos convivenciales, hoy descartados, con el ejercicio del poder llevado a la máxima expresión, transformando el disenso en una actitud de rebeldía que debe ser eliminada.
Sin lugar a dudas ese sesgo controversial y disuptivo del presidente libertario pareciera darle resultados, que se materializan en mantener una aprobación ciudadana que espera que tras la tempestad venga la calma.
Hoy ese posicionamiento está en tela de juicio. Pudo mantener a su favor durante seis meses a la ciudadanía que sigue sosteniendo esperanzas en un cambio, ya no sabemos si es Milei u otro, pero no se quiere una nueva frustración. Y con esa convicción está jugando Javier Milei.
Pero la Argentina no es “El club de la pelea”. Divierte y por momentos sorprende tanta belicosidad gubernamental, pero para todo existen límites y pareciera que no los quieren ver.
Los ajustes y las regulaciones que se vienen, sumados a los enfrentamientos presidenciales y al desenfadado mesianismo que se perciben en la gran mayoría de las acciones del gobierno liberal, muestran grietas que señalan claramente: O hay cambios reales que se piensen a sentir en el tejido social o nos acercamos peligrosamente a un estallido ciudadano.
La realidad acabará por imponerse.
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