MARTES 01 de Abril de 2025
 
 
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Una profunda desorientación política...

En escasas oportunidades, apelando a la memoria, se ha planteado en Argentina un escenario donde se ubican diferentes sectores ideológicamente diferenciados, que dicen tener algo en común, pero cuando llega el momento de consensuar cada uno patea para su lado.

Una realidad que se esconde detrás de innumerables fórmulas que la “clase política” instrumenta para decirle a quienes en alguna oportunidad sintieron un atractivo por sus pronunciamientos políticos y los votaron creyendo que en ellos estaba la salida, sin percatarse que eran el medio utilizado para alcanzar el objetivo personal. Estrategias que elaboran posicionamientos que cuando llega el momento no concretan.

Ese desconcierto provoca que sostengan: “Somos diferentes, pero en algunas cosas coincidimos”... Una clara incongruencia que plantea que podés ser de la UCR, pero también podrías ser peronista, mileista, tiernista o de cualquier línea, porque hay cosas en las cuales coinciden. Desconcertante, o simplemente la búsqueda de quedarse para seguir haciendo la suya, aquella que le permite estar en alguna escala del poder.

De alguna manera esa atomización del pensamiento fue generada por las acciones de quien llegó al poder de la mano de un sector de la sociedad que mostraba un enorme disconformismo con los gobiernos que habían tenido en las últimas décadas.

O sea, es el fruto del desencanto, el hastío y los fracasos.

La estrategia principal de Javier Milei está basada en la profundización de un gran cambio, que conlleva, implícitamente, a la conformación de una sociedad basada en otros “paradigmas” vivenciales que expongan concretamente las estructuras de una nueva Argentina. Un buen relato, sobre todo esperanzador.

Pero para obtener esos objetivos el libertario-anarcocapitalista, asentado sobre el liberalismo extremo, apela a su capacidad disruptiva para implosionar un sistema y sobre los escombros comenzar a construir un nuevo país, a costa de perder casi cuatro generaciones deformadas por políticas tradicionales que provocaron el enriquecimiento de unos pocos, en detrimento de una mayoría que se quedó en la pobreza e indigencia, sin tener opciones de recuperarse.

Toda esta estructura que se va conformando a los golpes, con muchas contradicciones, marchas y contramarchas, nos está marcando que el mundo politizado está transitando por una profunda desorientación, en donde se plasman esas discrepancias que enarbolan como concepción muchos integrantes de los sectores políticos, siendo la más trascendente la deshumanización.

Cuando se los escucha expresarse van mostrando que tienen un estado mental caracterizado por confusión con respecto al tiempo, el espacio o sobre quién es uno mismo. Y realmente eso es preocupante.

Que procuren justificar sus acciones, más allá de que se puedan considerar o lo sean desacertadas, es parte de la “argucia”: argumento falso que se presenta con ingenio y agudeza, de manera que parezca verosímil pero que en realidad es engañoso. Por ejemplo, “déjate de argucias, que no podrás engañarle”.

Herramientas habituales para intentar convencer a quienes operan en ese sector de la acción pública.

Son evidentemente “falacias”, “sutilezas”, que conforman parte del andamiaje de mensajes que, entiende quien los utiliza, pretenden escuchar aquellos que confiaron en su honradez intelectual, hoy deslucida por los cambios que se van produciendo de acuerdo a las necesidades de mantener una posición orientada políticamente a oponerse -normalmente- al oficialismo, o sectores contrarios al pensamiento gubernamental.

Un fenómeno que se ha producido en este año y meses del gobierno libertario es el factor violento para referirse al marco opositor. La utilización del insulto, la denostación, la agresividad manifiesta son un signo de violencia social que se está instaurando y que fácilmente es apreciable en la vida diaria.

Decía Freud, “la agresividad es un estado arcaico, anterior al estadio de la violencia. La agresividad no busca razones, ni las necesita, se siente”. O sea, claramente la violencia verbal es la antesala de los actos violentos de cualquier naturaleza.

Según las definiciones psicológicas: “los insultos también son resultado de una amenaza percibida . Cuando creemos que una persona amenaza o frustra nuestros planes, respondemos insultándola”.

De hecho, insultar a alguien es una respuesta relativamente común cuando creemos que han atacado aquello que para el insultador son sus normas y valores sociales con los que nos deberíamos identificar.

Esto es lo que transmite el presidente Javier Milei, cuando ante un determinado público, en este caso asistentes a las jornadas de “Expo Agro”, para referirse a los que signaron como los “barras bravas” que acompañaron la marcha de los jubilados los tildó de “hijos de puta”, mientras elogiaba a los “azules” refiriéndose a las fuerzas de seguridad.

Si el primer mandatario puede decir aquello que le plazca, o le venga en ganas, evidenciando un signo de violencia realmente grave, cómo se puede criticar cuando un sector de la sociedad lo imita y se descarrila.

Los malos ejemplos generan acciones similares, dado que imitan aquello que está por encima de sus bases de educación y formación.

Esto está ocurriendo con un importante porcentaje de la comunidad en la que vivimos.

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