Voy a aprovechar que mi columna no es visitada por los más pequeños, para contarles lo siguiente:
Yo venía recelando que mis viejos nos mentían y en la madrugada de un 6 de enero en la que no pegué un ojo, me dispuse a sorprenderlos con las manos en la masa.
De pronto escuché un sonido tras la puerta entreabierta y aguzando la mirada hacia la galería que llamábamos corredor llegué a ver a mi padre en pijama depositando los regalos. Para hacerlo más convincente se estaba comiendo el pastito que les dejáramos a los camellos.
Me levanté al instante, me acerqué a la puerta y con los brazos en jarras me quedé observándolo indignado, como en un reproche silencioso.
Cuando advirtió mi presencia se puso a balbucear: - Que te voy a explicar, que no es lo que parece, que me levanté para ir al baño... -. No le permití que siguiera esgrimiendo excusas y le dije:
-Nos estuviste engañando todo este tiempo. Nos llevaste a creer en la realeza y en la magia. Nos hiciste pensar que existe gente capaz de recorrer el mundo en una sola noche. No te lo puedo perdonar. Ah... y la máquina de afeitar eléctrica que me pusiste en los zapatos te la llevás de vuelta.
Yo tendría por entonces 35 años.
Por Hugo Ferrari - Especial para LA REFORMA
Escriba su comentario