Siempre existió, no siendo una novedad que hoy, tras casi 365 dÃas de gobierno, tanto nacional como provincial y con un horizonte con fecha cercanas para elecciones de medio término, la clase polÃtica salga al ruedo periodÃstico, intentando armar el relato de lo que hicieron, aquello que no concretaron y porque planificaron acciones determinadas.
De alguna manera están lavando sus culpas.
La política es naturalmente el “Arte de lo posible” y a esa consigna se aferran todos. Los enemigos de hoy serán los compañeros de mañana, sin importar demasiado que van entregando como retazos baratos, dignidad, moral y una actitud que pretende ser -hoy- positivista en aras de beneficiar al común de la sociedad, pero cuando fue perpetrada solo entrañó “palos en la rueda”.
Según Aristóteles, “la Política no era un estudio de los estados ideales en forma abstracta, sino más bien de un examen del modo en que los ideales, las leyes, las costumbres y las propiedades se interrelacionan en los casos reales, sin embargo, la Política es la principal obra en la que se encuentran sus doctrinas”.
El cierre de estas definiciones “aristotélicas”, deja sentado que: “Una vida política activa, en la que los ciudadanos deliberen, gobiernen y construyan la polis, equivale a una vida buena y feliz. Una vida tal busca el honor, y como un fin todavía más alto, la virtud”.
Marco deslucido en el presente.
Todo lo que hemos visto en este largo, sufrido, discutido, disruptivo año, poco tiene que ver con la interpretación de Aristóteles, y de otros pensadores que se ubicaban muy por encima de la clase política que hoy actúa en los diferentes estados gubernamentales.
Se pueden leer en diferentes medios las argumentaciones que pretenden justifiquen acciones y comportamientos que, sostienen, fueron motivados por el ánimo de defender los intereses de la ciudadanía.
Algunos tienen historia en el marco de su ascendencia familiar que configuraron figuras realmente trascendentes en las políticas de los pueblos de esta Argentina.
No abandonaron nunca el principio que los alentó a ser partícipes de los destinos nacionales y o provinciales. Marcaron su ruta, en el respeto, la consideración de las instituciones y más allá de los éxitos o fracasos que pudieran haber tenido siempre los animó el paradigma: “Para y por el pueblo”.
De esos quedan pocos por no decir ninguno.
Hoy esa premisa, fundamental en el hombre público, no esta presente y ha sido reemplazada por: “Veamos como ganamos”, sin interesar demasiado en las formas o desconociendo -más allá que las normas reglamentarias se lo permitieran- desconocer que, equivocados o no, cada tema que el Poder Ejecutivo planteaba, correspondía ser discutido, analizado y resuelto negativa o positivamente.
En esta clase política que hoy vemos en el escenario nacional y o provincial, los mecanismos y normas que tenían una clara finalidad de poner orden, de ninguna manera evitar que los temas se discutieran, fueron utilizados y no son pocos los que sostienen: “logramos evitar daños y perjuicios a la sociedad”. Cuando en realidad lo que hicieron fue no cumplir con sus mandatos que era y es “Trabajar”.
Según reflexiona la Fundación Rafael del Pino: “En la política de finales del siglo XX, la democracia y la libertad parecían consolidadas. La mayor parte de los países del mundo apostaban por ellas o avanzaban en esa dirección. En el siglo XXI, en cambio, se ven amenazadas por una oleada creciente de gobiernos autocráticos”.
Sostiene que: “Hay tres ‘Ps’ que están reinventando la política del siglo XXI: populismo, polarización y posverdad. El populismo siempre ha existido. La polarización es la sociedad dividida y enfrentada. Todo ello actúa en medio de la propaganda, a la que ahora llamamos posverdad. Estas tres ‘Ps’ han adquirido una potencia y unas formas de interactuar de las que carecían antes”.
Sobre estos tres aspectos fundamentales del desarrollo de una nueva forma de hacer política se están observando los comportamientos de quienes por capacidad y formación o simplemente buenos y obedientes llegaron a determinados lugares donde el poder los obnubila y por falta de capacidad para medir sus propias limitaciones pretenden, con un relato, que la ciudadanía crea que actuaron correctamente.
Según lo explica Moisés Naím, columnista y miembro distinguido del Carnegie Endowment for International Peace en Washington. “Esa polarización se ve influida por la posverdad. Antes se hablaba de propaganda. La posverdad la incluye, pero la transciende al tratar de crear un mundo artificial al servicio del poder. La mentira se convierte, así, en instrumento normal de la política. La mendacidad deviene en estrategia fundamental. La gran mentira forma parte del arsenal habitual de los populistas. Por ello, hay que disminuir la impunidad de los mentirosos”.
A estas deformaciones de la política es -lamentablemente- a lo que nos estamos acostumbrando. Ya es común que confundamos realidad con relato y nos convirtamos en materia útil para los propósitos de aquellos que llegaron y hoy se sienten poderosos, cuando todo lo visto, a lo largo de los años, se sabe que ese poder es efímero y depende del ánimo y deseos de cambio de la sociedad.
Por ahora es un juego, no exento de perversidad, pero juego al fin. Los que tienen el verdadero poder, las sociedades, tendrán la última palabra.
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