Aristóteles define la prudencia como ‘aquella disposición que le permite al hombre discurrir bien, respecto de lo que es bueno y conveniente para él mismo’, efecto que se traduce en beneficiar al otro.
Según Sócrates: “Prudencia” traduce al vocablo griego “phrónesis”. Esta virtud hace referencia a la “sabiduría práctica”, al “buen juicio” como opuesto a la insensatez. Se la considera como la virtud propia del gobernante. La prudencia, desde Sócrates, tenía que ver con el obrar moral’.
Estas definiciones, que por supuesto no son las únicas, reflejan claramente que fue uno de los aspectos que estuvieron ausentes a lo largo de la campaña política que se ha desarrollado en los últimos meses; recrudeciendo los efectos negativos en los últimos días, donde primaron intereses y egos personales por sobre el buen trato que merece la sociedad argentina.
La prudencia es una virtud fundamental. Cuando le decimos a alguien que sea prudente lo estamos invitando a evitar acciones audaces, a no correr riesgos y a manejarse de manera conservadora para no equivocarse.
La prudencia proviene del verbo “provideo”, que significa ver de lejos o prever, sin lugar a dudas aspectos que han brillado por su ausencia en los escenarios que se vivieron en este país en las últimas semanas.
Según Platón ‘La prudencia es una virtud propia del ser racional, y se considera como la capacidad de conocer qué es lo más conveniente en cada situación. También la llama sabiduría’.
Hemos procurado llegar a las reflexiones que mayormente son conocidas, hay otras y muy valiosas en cuanto a su contenido y alcance, que ponen de manifiesto cuando la ciudadanía deja de ser prudente y revierte una virtud en una acción propia de la soberbia, confundiendo y mostrando un sesgo netamente autoritario, donde parece querer imponer su ‘sensatez y prudencia’ para el resto de la ciudadanía.
La persona prudente es la que se ha habituado a hacer las cosas según la realidad. Podríamos decir que es un sinónimo de sensatez, sentido común o buen sentido para actuar. Por esa razón está formada por tres elementos fundamentales: los principios, el discernimiento y el imperio de la voluntad.
Si nos detenemos un poco y miramos hacia atrás, podrá apreciarse que la ciudadanía ha vivido en los últimos días episodios que para nada tienen que ver con el equilibrio, la rectitud, la virtud moral, sino que hubo mucho de egoísmos propios de quienes apelan a cualquier artilugio para lograr objetivos, trastocando el sentido de utilizar a la sociedad como un medio para lograr un fin personal.
Alguien podría apelar a la conocida expresión: ‘Es la política, estúpido’ y razón tiene, pero están ausentes los límites, que en esta oportunidad han brillado por su ausencia.
Se ha reparado muy poco en arbitrar cualquier estrategia, aún las más deleznables para penetrar en el tejido social, de por sí ya lesionado, agrietándolo, aún más, y convirtiendo a quien no piensa igual, en un enemigo, cuando solo son circunstancias que hacen a una serie compleja de factores, sobre los cuales se formula la sociedad.
Ya no expresamos nuestra opinión con honestidad, ante el temor a la reacción de quien tenemos enfrente.
Pretendemos hacer un ejercicio de la prudencia para mantener la convivencia y realmente no creemos que esa acción resulte positiva, porque siempre quedan los resabios de no poder manifestarnos con libertad y honestidad.
Estamos malinterpretando -a la fuerza- el sentido de la prudencia, que establece como una virtud intelectual y de valores que te dispone habitualmente a elegir lo que hay que hacer en una situación moral concreta. Es la capacidad de deliberación, de sensatez para buscar ser siempre la mejor persona y hacer la mejor acción posible.
Conocemos el camino adecuado, pero nos hemos mostrado atemorizados ante las diferentes reacciones que nuestra prudencia y sensatez, provocan en quienes piensan diferente y por lo tanto obran bajo diferentes criterios, tan prudentes y sensatos como los nuestros, pero que dependen de un conglomerado de situaciones sociales, económicas e intelectuales, que se mueven en distintos ámbitos de la comunidad.
Una de las reglas fundamentales de la convivencia es adecuar el tratamiento entre humanos. Situación que se ha venido tergiversando por motivos no siempre claros, sino movidos por intereses sectoriales que pugnan por ubicarse en lugares de poder.
Todos quieren ser libres; todos quieren vivir mejor; todos quieren lo mejor para sus hijos. Nadie quiere padecer necesidades; quieren tener un trabajo digno y mirar a sus hijos en la mesa familiar con el orgullo de ser ellos los que ponen su esfuerzo y les facilitan los mecanismos para que se eduquen y se formen para el mañana.
Nada de esto es particularmente de un sector, nos involucra a todos en mayor o menor medida. Intentando en un país que, lleva décadas de una profunda decadencia, de la que -hasta ahora- no hemos podido salir, ni alcanzar a revertir ese proceso negativo.
Cada cuatro años se nos brinda la posibilidad de elegir. De nuestra prudencia y sensatez depende nuestro futuro y el de nuestros hijos. Es un desafío que todos debemos asumir con responsabilidad ciudadana.
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