MIÉRCOLES 15 de Enero de 2025
 
 
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La nueva forma idiomática...

Desde que apareció en diferentes escenarios, el hoy presidente de los argentinos, liberal, libertario, anarcocapitalista Javier Milei, ha hecho uso de insultos, palabras agresivas o improperios de diferente calibre, que se han convertido en habituales formas de manifestar disconformidad hacia el otro y expresarse de cualquier manera.

Siguiendo aquella charla del popular rosarino Roberto Fontanarrosa que decía: “quién define lo que es vulgar y lo que no”, argumentado que para él las malas palabras brindan otros matices. “Hay palabras de las denominadas malas palabras que son irremplazables, por sonoridad, por fuerza y por contextura física”. Siempre y cuando sean oportunamente dichas,

De allí en más se percibió una liberación lingüística y desde el presidente que las utiliza habitualmente ya no hay limitaciones, entendiendo que diciéndolas pareciera dejarnos más en claro lo que pretendemos decir. 

Es innecesaria la moralina barata y que nos mostremos asustados por aquello que el presidente exprese lo que se le venga a la boca. En ese salto de la barrera de aquello que puede estar o caer inadecuado están marcando que han dejado de constituir, dadas sus funciones, buenos ejemplos que la ciudadanía debería tener como referencia. 

Hace muchos años que esos términos se usan y conocen, pero desde la formación educativa te remarcaban que no podías usarlos cotidianamente, porque podían considerarse exabruptos inapropiados que, en muchos casos, llegaban a ofender al destinatario.

En el Congreso Internacional de la Lengua Española, el famoso escritor y humorista decía: “Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer. La pregunta es por qué son malas las malas palabras, ¿quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras?, ¿son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar?”. 

Y esas inteligentes reflexiones comenzaron a internalizarse en la sociedad argentina y el uso del boludo, pelotudo, hijo de puta, culo, por nombrar solo algunas de las que hoy son de uso común en medios periodísticos, televisivos y redes sociales, se hicieron habituales en el vocabulario diario y ya nadie se asombra. Tal vez si disgusta se disimula.

Vale analizar si realmente el uso y abuso de una terminología que podría considerarse inadecuada, no conspira con el sistema educativo. Si lo que se busca es enseñar y marcar ciertos límites a los niños, niñas, jóvenes adolescentes, entre otros segmentos de la sociedad, es evidente que existe una notoria equivocación o tenemos que pensar que nos enseñaron mal.

Que un legislador exprese que no “es parte de 15 boludos” que están sentados en sus bancas donde los colocara parte de la ciudadanía, surge claramente que tampoco lo son los otros 15 que completan el número de la Cámara de Diputados. Solamente juegan sus estrategias, acertadas o no: en una clara intencionalidad de mostrar poder.

En todo caso “boludos” serían quienes los eligieron.

Pero esto es un antecedente que no agrega nada positivo, sino que pone en evidencia que algo tienen, porque desde hace muchos días los otros quince “necios” de la Cámara lograron agregar más daño al sector social que ya está sufriendo necesidades vitales, dado que no les alcanza para las cubrir mínimas, como comer todos los días.

Hoy, ya superados los inconvenientes, llegó tarde la recordación de la calidad humana de los protagonistas. En realidad estaba demás el encuadre de los supuestos “bobos”.

En realidad no creemos que la Cámara esta integrada por “boludos”, sino, que son personas que, jugando a la política, tienen de rehenes a los que más necesitan que ellos se pongan a trabajar y solucionen sus problemas. Para eso los votaron. Digamos que se exceden de “vivos”.

Este episodio, que tiene relativa importancia, marca el deterioro político en el que estamos cayendo. Pareciera que expresarse en términos de esta naturaleza, ni buenos ni malos, solo inadecuados, pone en evidencia que la decadencia del marco ciudadano es un suceso lamentable , pero está ocurriendo.

Aparejado a estos desbordes, una forma de violencia que hoy se percibe en la sociedad, van apareciendo otras manifestaciones que deberían ser un llamado de atención en quienes tienen responsabilidades político-educativas sobre una comunidad que solo quiere trabajo, recuperar status social. Que sus hijos estudien y se preparen para el futuro y hoy están soportando lo contrario.

No debemos acostumbrarnos y aceptar como válido y correcto que se expresen de cualquier manera. Sería una forma de recuperar nuestra verdadera identidad, donde impere el respeto, la consideración y la sana convivencia.

De no hacerlo caminamos hacia el caos total.
 

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