Es un suceso humano que data de la prehistoria. La violencia formaba parte del comportamiento de los primeros Homo erectus, nombre científico de una especie del género Homo, es decir, un homínido, perteneciente a una fase de la evolución humana. Su nombre Homo erectus significa en latín “hombre erecto”, es decir, “hombre de pie”.
Desconocían el sentido de la palabra violencia, pero conformaba parte de su formación donde aparecía claramente el sentido de la autodefensa, para preservar la vida.
Pasaron los siglos y tal como se fueron reconvirtiendo los seres humanos, también sus costumbres, pasando a ser la actividad violenta una reacción defensiva ante aquello que se presume un ataque que puede provocarle algún daño.
Una de las formas en que definimos lo violento es cuando percibimos el uso intencional de la fuerza física, amenazas contra uno mismo, otra persona, un grupo o una comunidad que tiene como consecuencia o es muy probable que tenga como consecuencia un traumatismo, daños psicológicos, problemas de desarrollo o la muerte.
Hay diferentes formas de violencia, las mas conocidas son: “Física: cuando una persona recibe daño en su cuerpo. Por ejemplo: a través de golpes, patadas, empujones, fracturas, mutilaciones, disparos, torturas. Psicológica o emocional: son todos aquellos actos y expresiones que ofenden, humillan, asustan, amenazan o atentan contra la autoestima de la persona”.
Hoy estamos refiriéndonos al signo violento que se percibe en la sociedad argentina. En otras entregas hemos hecho referencia a ese síndrome que nos afecta, dando muestras de una enorme irritabilidad ante la mínima e intrascendente situación que se presenta en nuestra vida diaria.
Ahora nos estamos preocupando porque los signos de agresividad son un comportamiento diario de una gran parte de la ciudadanía argentina. Se ve ante la cruenta y salvaje agresión de madres descontroladas contra una docente a la que acusan de mortificar a sus hijos. No reparan en generar un ataque conjunto, donde lo grave se evita cuando intervienen otras personas para evitar una desgracia.
Se ve en la calle, cuando los automovilistas emprenden una guerra con las motocicletas y bicicletas, ante la ausencia del respeto por las reglas y normas de tránsito.
Todo esto subyace en una sociedad atormentada por las contingencias de vivir mal, con privaciones, unos menos que otros, con desesperación ante la pérdida de la fuente laboral o enojado contra todos por ingresar en el segmento de la pobreza y la indigencia.
Esta sintomatología de la ira ha comenzado a ser moneda cotidiana. El Presidente de la Nación, que debería ser un ejemplo, muestra una deplorable actitud cuando acusa a los legisladores de “degenerados fiscales”. O cuando refiriéndose a los opositores y sectores del periodismo dice: “Mandriles, ensobrados, les cerramos el orto”.
El insulto permanente: “pedazo de sorete”, “hijos de puta”, “zurdos de mierda”, son una característica que identifica la violencia que siembra la figura presidencial.
O defender al ministro de economía Luis Caputo expresando en una entrevista periodística: “Nadie le puede tocar el culo a Caputo”. O cuando afirma que: “Me están diciendo que les rompa el culo a los argentinos con inflación para pagar la deuda”.
Un verdadero signo obsesivo con el “culo”, el que viene mostrando el presidente Javier Milei además de marcarle a la sociedad que se puede decir y hacer cualquier cosa. Todo está permitido, porque según lo excusan al presidente: “Es su forma de ser”, supuestamente lo mismo corre para el ciudadano de a pié.
Piden intervención de autoridades para evitar que quienes piensan diferente se manifiesten ante lo que perciben como una provocación. Todo está mal, aquello que dice el presidente, los escraches y las muestras de rechazo de cualquier tipo y naturaleza.
Pero desde ese lugar de privilegio que tiene el periodismo de poder abrir juicio y pronunciarse sobre las manifestaciones agresivas, tienen que ampliar el espectro de la crítica y que resulte abarcativo de todo aquello que es la resultante de acciones caracterizadas por algo violento, empezando por lo que hace el presidente.
Violencia es toda manifestación que trate de denostar al otro.
Violencia es que el presidente Javier Milei, pueda insultar, degradar, humillar a quienes se atreven a ver diferente lo que realizan.
Violencia es ignorar que hay gente resentida por actitudes que entiende la perjudican y se presentan en actos de campaña haciendo una demostración de poder que resulta denigrante.
Hay crueldad, saña, coacción, en muchos gestos, que resultan una clara provocación.
Debemos replantearnos qué Argentina queremos. Enfrentados unos contra otros, o viviendo en paz tirando del mismo carro.
Hay que pensarlo, si no seguiremos cayendo...
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