Las cuestiones que alteran el normal desenvolvimiento de la sociedad, en todos los ámbitos y sectores, se están canalizando a los golpes y quien pegue con mayor acierto es el que se lleva los laureles.
En líneas concretas: No es un buen momento para Argentina y mucho menos para la ciudadanía en general.
Se sabe, además, no es una novedad que sorprenda que a través de los sucesivos gobiernos, de los períodos democráticos, todos -sin excepción- buscaron el calor de los gremios para respaldar su poder político.
Pero nada es gratis en esta Argentina y, presumiblemente, no lo sea en ninguna parte del mundo, donde sus gobiernos sustentan su poder en arreglos, acuerdos y/o negociaciones que mantengan contentos a los sectores gremiales; en especial a los considerados poderosos y cuya actividad tiene influencia en la comunidad.
Esto sucedió con petroleros, camioneros, la UOM, los que manejaban trabajadores con relación directa con servicios públicos, como el transporte en general, todos medraron al amparo de poderes gubernamentales que preferían tener contentos a los dirigentes para evitar que soliviantaran a sus afiliados.
Con el transcurso de los años fueron ganando espacio y poder, llegando, en el caso de algunos mandatos presidenciales, a compartir decisiones que involucraban a toda la ciudadanía.
Estos factores les fue otorgando un espacio en los escenarios del mando gubernamental, alcanzando, en la mayoría de los casos, a crecer exponencialmente en el tema económico y desde ese marco, donde la comunidad observaba cómo mostraban ese despilfarro que regaba riqueza que salía de los aportes de la gente y aceptaban que fueran ellos quienes se sentaban a una mesa de negociación para discutir niveles salariales que les permitieran alcanzar -como mínimo- a la canasta básica alimentaria, se les otorgaron libertades inaceptables en una sociedad organizada.
Esto no es un relato ni un cuento de Borges o Cortázar, es la cruda realidad que, con desenfado farandulesco, acciones disruptivas, enojos “cinematográficos”, insultos y otros adjetivos agraviantes, el presidente libertario, Javier Milei, se los mostró a la gente, al ciudadano, ciudadana y joven común y les dijo: “Son casta corrupta y me comprometo a eliminarla”. Y obra en consecuencia con su promesa.
En un principio pareció una “balandronada” y que pasado el momento de la euforia ganadora, la necesidad de tener gobernabilidad, lo llevaría a borrar con el codo lo que había escrito, durante la campaña, con la mano. Hoy hay que reconocer “iba en serio”.
En alguna oportunidad, en estas entregas, dijimos que sin estructura ni fortaleza institucional, debieron apelar al acuerdo y a la negociación con un sector político que, cuando fue gobierno, se frustró al punto que pulverizó la coalición política que le había dado poder y quedó la base donde, con inteligentes movidas, su titular -Mauricio Macri- pudo colocar a su gente en un ámbito donde pueden discutir siendo una opción para que el gobierno nacional imponga sus condiciones en el marco del Poder Legislativo.
Con simultaneidad, el presidente Milei, afrontaba la embestida gremial, que ante la disyuntiva de perder privilegios y poder parecía se llevaba todo por delante. Eso sí, apelando al único perjudicado: la gente.
En eso basaron su estrategia de “apriete”. También lo hemos mencionado: grueso error, sin medir consecuencias ante una ciudadanía que percibió que había otra oportunidad y opciones diferentes.
De esta manera y con una operativa sagaz, “rasputiniana”, dejaba caer -el gobierno- la decisión y esperaba las reacciones, calculando que apelarían a los mecanismos que siempre les había dado resultados positivos, frente a quienes se atrevieran a poner en discusión su poder.
La gente mayoritariamente les dijo basta. Había ganado Javier Milei.
El gobierno liberal-anarcocapitalista está arribando al año de gobierno, con absoluta minoría en el Poder Legislativo, pero -hasta ahora- logrando todo lo que se ha propuesto, siempre sustentado en su paradigma: superávit fiscal y déficit cero.
Si había alguna duda de cuál era el límite de la sociedad, ha quedado demostrado que ante la ausencia de figuras opositoras representativas que le otorgue una visión diferente, ha decido “Volver atrás nunca más”.
Y si bien nosotros pudimos no percibirlo, el “triángulo de hierro” había fijado sus pautas basadas en estrategias que contemplaban diversas opciones, siempre asentadas sobre la firme decisión de “Retroceder nunca”...
Y de esta manera, el dirigente liberal, que se siente robustecido por las “fuerzas del cielo”, habiendo alcanzado objetivos que aunque no se vean reflejados, en este momento, en los precios ni en la recuperación de los ingresos de la ciudadanía, responden a su plan de achique: regulación, transformación del Estado y la creciente apertura de los mercados que han transformado -en parte- un sistema imponiendo la legitimidad de la libre competencia.
Emprendida la instancia de negociar con gobernadores, no solo aquellos que le responden sino los díscolos ni alineados con su gobierno, ya tuvo su primera victoria en el Congreso postergando la decisión de reglamentar la ley de los DNU, opción que queda para el año que viene, si se confirma que no habrá extraordinarias, la acción legislativa, salvo en el tratamiento del Presupuesto 2025, que sería en la última semana de noviembre, pasarían a las ordinarias que se inician en marzo.
Vamos viendo, procurando entender y esperando la mejoría que se proclama.
Esa realidad es la que sueña y en la que tiene esperanza gran parte de la Argentina.
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